El golpe ha sido mortal. Los números hablan de un desastre de dimensiones apocalípticas. El PRI ha sido herido de muerte, castigado por los electores de manera contundente por sus errores y excesos.
La corrupción, inseguridad, privilegios, impunidad y la desigualdad social que tantos millones de pobres ha producido fueron castigados en las urnas. La pasión de la indignación y el hartazgo se impusieron sobre los llamados a votar con racionalidad. La esperanza de que las cosas pueden ser diferentes pudieron más que el miedo. Los votos se fueron con quien prometió acabar con estos males.
El PRI pierde la presidencia de la república, la mayoría en el Congreso de la Unión, no gana ninguna de las 9 gubernaturas que estuvieron en disputa y pasa a ser la tercera fuerza política en el país y en nuestro estado.
La derrota es contundente. Un paisaje de ruinas es lo que se observa en territorio priista.